Gayo Valerio Catulo: Poema 8

Cayo o Gayo Valerio Catulo (en latín, Gaius Valerius Catullus; Verona, actual Italia, h. 87 a. C.-Roma, h. 57 a. C., aunque muchos estudiosos aceptan las fechas 84 a. C.-54 a. C.) fue un prestigioso poeta latino de finales del período republicano de Roma.

Poema 8

Pobre Catulo, no te engañes más
y da lo que ves muerto por perdido.

Para ti en otro tiempo se encendieron
muchos días felices. Eso fue
cuando acudías a donde esa joven
—que amaste como nadie jamás a otra
será capaz de amar— te reclamaba.
Y allí, en cuanto empezabais esos juegos
amorosos que tanto os complacían,
no hay duda de que a ti se te encendieron
aquellos días felices.
Mas ahora,
como ella ya no quiere continuar,
tampoco quieras tú: todo es inútil.
No persigas las cosas que se han ido.
No subsistas como un menesteroso.
Pon toda tu cabeza en aguantar.
Resiste y dile: «Pues adiós, muchacha.
Catulo ya resiste y no te va
a buscar ni a rogar como obligándote,
aunque te va a doler que él no te ruegue.
¡Y ay de ti, criminal!, porque ¿qué vida
llevarás? A partir de ahora, ¿quién
se te acercará?; ¿quién te tendrá por
la más hermosa?; ¿a quién vas a amar tú?;
dirás que eres ¿de quién?; ¿y a quién vas a
besar mordisqueándole sus labios?

Catulo, terco tú, resiste.

La poesía erótica es una modalidad de conjuro literario que explora el misticismo del sexo y libera al cuerpo del mandato de la reproducción, de las ataduras morales: es la confesión del deseo; un deseo cargado de tensión y angustia, que emerge a la superficie entintando las palabras, y que constituye el núcleo de un discurso amoroso que deviene del inconsciente y sus profundidades. Por ello, durante el instante en el que el poema existe en nuestras entrañas, el ser humano levanta los vetos de su sexualidad y desborda las sensaciones que se hallaban atascadas, ya que la prohibición también señala la fuente del placer.
Sin más que decir les dejo estas líneas...

Navega el vientre libando la fruta de punta aguzada,
eleva el libido hasta el confín cálido de mi cabeza.
Deja que entre sin murmullos en tus labios,
que tiemble con manos de niña,
mojando tus palabras ahogadas.

Rodrigo Fúster.



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